sábado, 15 de noviembre de 2008

For childish Eves and silly Adams.

From the book "Idle thoughts of an idle fellow".

Ya te has enamorado, por supuesto! Si no, seguro que ya te sucederá. El amor es como el sarampión; todos tenemos que atravesarlo alguna vez. También, como el sarampión, sólo nos toca una vez. Uno nunca debe tener miedo de tener que pasar por eso una segunda vez. El hombre que ya lo tuvo, puede ir a los lugares más peligrosos, y hacer los trucos más peligrosos en total seguridad. Puede acampar en un bosque sombrío, puede caminar por pasillos desolados, y detenerse en un asiento de musgo a ver el atardecer. Le teme a un barrio en el que no hay nadie no más que lo que temería a su propio club. Puede, para ver al último de sus amigos, aventurarse en las mismísimas garras de una ceremonia de casamiento. Puede mantenerse con vida cuando debe enfrentar las encantadoras vueltas del vals, y descansar después en un invernadero oscuro, quedándose, con nada más, que un resfrío. Puede soportar una caminata debajo de la luna. Puede mirar a ojos soleados, y no ser encandilado. Escucha las voces de las sirenas, y aún así sale a navegar con un timón que no puede virar.
No, nunca nos enfermamos de amor dos veces. Cupido no gasta una segunda flecha en el mismo corazón. Respeto, y admiración, y afecto, nuestras puertas siempre estarán abiertas para ellos, pero su gran maestro celestial, en su proceso verdadero, solo hace una visita, y se marcha. Nosotros queremos, apreciamos, tenemos mucho, mucho cariño… pero nunca volvemos a amar. El corazón de un hombre es como un fuego artificial, que solo una vez resplandece en el cielo. Como un meteoro, arde por un momento, e ilumina con su gloria el mundo que va dejando atrás. Entonces, una noche de lo más común, la vida se lo traga, y quemado, cayendo hacia la tierra, muere, inútil y deshaciéndose en cenizas. El amor es demasiado puro para coexistir con los gases que respiramos, pero antes de que nos sofoque debemos usarlo como una antorcha para encender el acogedor y pequeño fuego del afecto.
Después de todo, el calor procedente del brillito del afecto se adapta mejor a nuestro frío y pequeño mundo que el espíritu llameante, el amor. El afecto va a llamear con alegría cuando la llama del amor vacile. El afecto es un fuego que puede ser alimentado día a día, y ser amontonado cada vez más alto a medida que los años fríos se acercan. Los hombres y mujeres viejos pueden sentarse juntos tomados de la mano, los pequeños niños pueden acurrucarse, el amigo y el vecino se dan una bienvenida cuando se ven, e incluso personas sombrías pueden brindar en un bar.
Permitámonos amontonar el carbón de la amabilidad sobre ese fuego. Agréguele las palabras placenteras, los amables apretones de manos, y las atenciones. Anímelo con buen humor y mucha paciencia. Entonces podrá dejar el viento soplar y la lluvia caer, y su corazón será acogedor y brillante, y los rostros alrededor de el brillaran como soles a pesar de las nubes.
Me temo, queridos Edwin y Angelina, que ustedes esperan demasiado del amor. Ustedes piensan que hay suficiente en sus pequeños corazones para alimentar esta intensa pasión durante todas sus largas vidas. Oh, jóvenes! No confíen demasiado en ese inestable parpadear. Va a menguar a medida que pasen los meses, y no hay combustible para reemplazarlo. Lo verán morir en furia y decepción. A cada uno le parecerá que es el otro quien se volvió más frío. Edwin ve con amargura que Angelina ya no corre a la puerta a verlo, toda sonriendo y sonrojada; y cuando le da tos, ella ya no empieza a llorar, y, poniendo sus brazos alrededor de su cuello, ya no dice que no puede vivir sin el. Simplemente se limitará a sugerir un remedio, inclusive en un tono que hace pensar que es del ruido más que nada de lo que ella está ansiosa de librarse.
Pobre pequeña Angelina también… derrama lágrimas silenciosas, porque Edwin ya no lleva su viejo pañuelo en el bolsillo interior de su chaleco.
Los dos están asombrados por el decaimiento del otro, pero ninguno ve su propio cambio. Si lo hicieran, no sufrirían tanto. Podrían ver la causa en su justa medida (en la pequeñez de la pobre naturaleza humana) juntar sus manos sobre su mutuo error, y comenzar nuevamente a construir su casa, pero esta vez sobre un fundamento más terrenal y duradero. Es que estaban tan ciegos acerca de sus propios errores, tan hábiles para ver los errores del otro. Angelina hubiera amado para siempre a Edwin, si el no hubiera crecido tan raro, tan distinto. Edwin hubiera amado a Angelina por la eternidad si ella simplemente se hubiera quedado como cuando el la adoró, como en el primer momento.
Es una hora triste para ustedes dos, cuando el fuego del amor cesa y la llama del afecto no se ha encendido todavía, y tienen que buscar a tientas para encenderlo. Muchos se sientan tiritando frente al carbón hasta que llega la noche.
Pero, después de todo, ¿de qué sirve decir todas estas cosas? ¿Quién que siente la fuerza del amor joven a través de sus venas puede pensar que alguna vez correrá débil y lentamente? Al chico de veinte le parece imposible que no va a amar tan locamente a los sesenta como lo hace en ese momento. No puede recordar a ningún hombre de mediana edad que sea conocido por manifestar síntomas de amor frenético, pero eso no interfiere en lo que piensa de el mismo. Su amor nunca caerá, el de cualquier otro eventualmente lo hará. Nunca antes alguien ha amado como el y, por lo tanto, todas las experiencias del mundo no pueden ser guía en su caso. Desgraciadamente, a los treinta ya se ha unido al grupo de los no-apasionados. No es su culpa. Nuestras pasiones, ambas, las buenas y las malas, cesan con nuestros rubores. No odiamos, no nos acongojamos, no nos alegramos, no nos desesperamos, a los treinta como lo hacíamos en nuestra adolescencia. Ninguna decepción sugiere el suicidio, y alcanzamos el éxito sin intoxicarnos. Nos tomamos todas las cosas en un "tono" menos a medida que vamos envejeciendo. Hay menos partes majestuosas en los últimos actos de la ópera de la vida. La ambición exige un espíritu menos ambicioso. El honor se convierte en algo mas razonable y se adapta convenientemente a las circunstancias. Y el amor… el amor muere. La irreverencia por los sueños de la juventud pronto se arrastra como un frío mortífero sobre nuestros corazones.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Sueños truncados

Su historia es una mas,
una de sueños truncados,
de un amor mas, que fue arrancado.
No tiene magia, encanto,
no mas de la que se puede esperar
cuando hay fuerzas que unen,
fuerzas que unen y resultan en dos.

Ambos tenían corazones dispuestos,
que miraban confiados, hacia el cielo abierto.
¿Quién diría que se cansarían sus alas
sin tocar antes siquiera una estrella?
El fuego de su amor se consumió
antes de que pudieran encender la pequeña llama del afecto.
Y se quedaron en penumbra,
donde ya no podían reconocer sus rostros.

Se volvieron dos extraños en esa penumbra.
Si uno trataba de llegar al otro, para besarlo,
podía ser interpretado como un peligro,
y así estuvieron largo tiempo, cuidándose
del extraño, cuando en el fondo,
al fuego que alguna vez habían conocido,ambos morían por reavivarlo.
Pero así fueron interpretados
los besos, como engaños,
las caricias, como ataduras,
las sonrisas, como estocadas,
las palabras, como ironías.
Y no pudieron encontrarse.
Y hasta perdieron la imagen
de ellos mismos.
Se volvieron dos extraños,
en esa penumbra…